viernes, 25 de febrero de 2011

UNA REFLEXIÒN......


La oleada de incendios que recorre el norte de África y el mundo árabe ha sido una sorpresa para casi todo el mundo. Pero no para la Casa Blanca.


Ya en agosto del pasado año, Obama ordenó a sus asesores un informe secreto para identificar probables focos de conflicto en la región, y estudiar cómo EEUU podía impulsar el cambio político en unos Estados que son valiosos aliados de Washington.

El informe era concluyente: un amplio conjunto de países en la zona“estaban maduros para la revuelta popular” y EEUU debía saber combinar sus intereses estratégicos con el recambio de unos regímenes dictatoriales que sólo podían conducir a una más amplia y peligrosa inestabilidad. Especialmente en Egipto, el país clave para la seguridad de Israel, el control del canal de Suez y el liderazgo demográfico, político y militar sobre el conjunto del mundo árabe
Intentando adelantarse a los acontecimientos, Washington ha pasado a actuar como el pirómano que es a la vez el jefe de los bomberos. Aplicando ellos mismos la cerilla a un pajar reseco, confían poder controlar el incendio antes de que una excesiva acumulación de paja lo hiciera incontrolable. El problema es que los incendios se sabe cómo empiezan, pero no cómo acaban. Actuando de este modo, EEUU asume un gran riesgo. ¿Por qué?
En primer lugar se trata de apagar o reconducir el enorme descontento social acumulado contra unos regímenes autoritarios e híper corruptos. Para la población del mundo occidental, la crisis significa rebajas salariales, recortes de pensiones y empeoramiento de las condiciones de vida. Pero para los pueblos del norte de África y del mundo árabe se traduce, sencillamente, en hambre. La subida del precio del trigo y los alimentos básicos está conduciendo, literalmente, a miles y miles de personas al borde de la inanición. Y la única alternativa de los Mubarak a esta situación era la represión. Lo que a su vez sólo podía conducir a incrementar el descontento social y alimentar estallidos incontrolados de imprevisibles consecuencias.

Un as oculto en la manga


Pero en segundo lugar, Washington asume ese riesgo porque confía en poder reconducir las revueltas sobre la base del dominio absoluto que posee sobre el aparato militar de cada uno de estos países. De hecho, todos ellos son regímenes políticos construidos a los largo de 30 años en los que una minoría hipercorrupta ha podido medrar y enriquecerse sin límites a cambio de permitir a EEUU poseer el control total de sus ejércitos. Mientras el poder militar estuviera bajo control y los gobiernos siguieran sus dictados, Washington los mantuvo bajo su amparo. Hasta que ha valorado que su permanencia en el poder suponía potencialmente más riesgos que garantías. Y se ha adelantado a sustituirlos, confiando en poder pilotar con éxito, sobre la base del control del aparato militar, la transición hacia un nuevo régimen. Como dijo alguien una vez en la transición española, se trata de “cambiar de régimen para asegurar la continuidad de Estado”.

 La transición que ahora EEUU quiere dirigir en estos países, tampoco va a traer la libertad a los pueblos del norte de África y el mundo árabe. Sólo la ruptura con los lazos de dominación y dependencia con Washington, la conquista de una plena independencia nacional, puede llevarles a la conquista de la democracia y a las necesarias transformaciones económicas y sociales para sacar de la pobreza a la mayoría de la población.

Al estallar la revuelta egipcia hemos asistido a un hecho aparentemente desconcertante. EEUU –y en general las potencias imperialistas– la han saludado con la misma satisfacción que Irán o Hamas. La historia se encargará de demostrar quien reía por no llorar. Washington ha desatado múltiples incendios simultáneos en una región vital para sus intereses globales, en la creencia de que sus escuadrones de bomberos armados serán capaces de sofocarlos y levantar en su lugar nuevos regímenes más dóciles y controlados. Pero ni el pueblo egipcio ni las masas del norte de África y del mundo árabe han dicho aún su última palabra.

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